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jueves, mayo 2, 2024

Max Weber, pensador de la Nación

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Max Weber es habitualmente citado como el pensador de las burocracias modernas y racionales. Aquí Martín Duarte, en un estudio en profundidad, explora otra faceta de su pensamiento: su fuerte defensa de la comunidad nacional y la tensión entre ésta y el proceso de racionalización de la vida en la modernidad.

por: Martín Duarte

La sociología de Max Weber es conocida por dar cuenta del proceso de racionalización de las sociedades modernas, proceso que se habría desplegado desde la esfera religiosa hacia diversos ámbitos de la vida social, y cuyo tipo ideal sería la dominación racional, legal y burocrática. Ahora bien, algo menos difundido es que la idea de nación juega en Weber un papel de contra-tendencia de los procesos de racionalización de la vida social.

Como veremos, es posible afirmar que la comunidad nacional es vista por el sociólogo alemán en términos políticos-utópicos. En los términos de Pablo de Marinis, como un verdadero artefacto contratendencial del vasto proceso de desencantamiento del mundo.

Racionalización como proceso histórico-universal

Weber explica el origen del proceso de racionalización en sus estudios histórico-comparativos sobre las religiones, sobre todo las de salvación. Pone el énfasis en comparar aquello que fue diferente en Occidente respecto de otras latitudes, no solo para captarlo en su especificidad, sino para pensar en una verdadera filosofía de la historia. Sin embargo, la razón aparece como una fuerza meta-histórica, como una tendencia universal y no solo occidental que guía el tiempo humano.

Para el autor de la Ética protestante y el espíritu del capitalismo, la racionalización no es lo contrario al espíritu religioso, como se podría creer en el presente. Por el contrario, la racionalización tiene su origen en las religiones proféticas de salvación, que comienzan a desmagificar (Entzaunberung) – las imágenes del mundo. Es decir que estas religiones de salvación empiezan a concebir la realidad como desprovista de magia.

Así, una vez que se pasa de la primitiva magia a la doctrina ética religiosa, se da un paso en el proceso de racionalización, pues dicho cambio impacta en la conducción de vida. Es así como Weber encuentra en el protestantismo una configuración racionalizada que produce efectos prácticos en la conducta.

A diferencia de la magia, cuyos efectos religiosos consisten en estados pasajeros, similares al éxtasis de la posesión inmediata del carisma, las religiones de salvación como el protestantismo instauran hábitos religiosos duraderos, constituyen pues una orientación ética de la conducta.

Entonces, acuciado por dar respuestas a la teodicea del sufrimiento, es decir a la distribución injusta en el mundo de las penas y las recompensas, las religiones de salvación ofrecen una respuesta relativamente racional, sistematizada y coherente del mundo y de las relaciones de los individuos con el mundo.

Por lo tanto, la religión actúa como una poderosa fuerza racionalizadora de las imágenes y las prácticas vitales en el mundo.

Ahora bien, Weber entiende el proceso de racionalización no sólo como un fenómeno que se desenvuelve en la esfera religiosa, por más que en ella hunda sus raíces, sino como ineluctable proceso que afecta a todas las esferas de la vida social.

Es en el texto Excurso donde Weber se ocupa de esta otra característica del proceso de racionalización, a saber, la división de las estructuras del mundo en esferas autónomas con una legalidad propia, en tensión unas con otras. Ejemplos: la esfera religiosa, política, intelectual, erótica, estética, económica. Weber expone la tensión que existe entre estas tendencias, en especial con relación a la ética universal de la fraternidad, propulsado por las religiones de salvación.

Por «ética universal fraternal» debe entenderse un amor que no se dirige a personas particulares, sino que constituye más bien un mandato de amor fraterno, no orientado a un individuo determinado. Esta ética fraternal entra en tensión con otras esferas de la vida – con la estructura del parentesco por ejemplo- puesto que implica ampliar la comunidad, en virtud de un mandato de amor al prójimo enmarcada en una lógica universal.

Así, cada una de estas esferas, al responder a sus propias legalidades, chocan con los valores de las otras. Por ejemplo, la racionalidad económica capitalista es típicamente una racionalidad práctica (acción orientada al esquema medio-fin para actuar sobre condiciones ya dadas), y choca contra el mandato ético de una fraternidad universal, puesto que lo que ahí rige no es el amor fraterno, sino el cálculo .

Por otro lado, y retomando el carácter de la racionalidad como proceso histórico universal, es sugerente el hecho de que cuando Weber analiza los procesos de racionalización en otras civilizaciones utilice palabras como “trabas”. Es decir, está el presupuesto de una tendencia histórica que se desenvuelve articulándose con distintas condiciones políticas, económicas, religiosas y culturales, para manifestar un tipo particular de desarrollo racional, dependiendo de las diversas civilizaciones. Por eso, ligado a este afán universalista persiste, a pesar del perspectivisismo, una valoración normativa que pone a Occidente como medida típico-ideal de dicho proceso.

Dominación racional-legal y orden burocrático

Para exponer los efectos de la racionalización en la esfera política es necesaria una breve introducción a los tipos de dominación esbozados por Weber en Economia y Sociedad.

Este sociólogo/economista/historiador alemán entiende por dominación “la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos […] toda dominación requiere de la aquiescencia, o sea “de interés ( externo o interno) en obedecer”. En este sentido, toda dominación descansa en la creencia de los dominados respecto a la legitimidad de la dominación.

Weber realiza una tipología de la dominación, que incluye la dominación legal con administración burocrática, dominación tradicional y, finalmente, dominación carismática.

Para nuestros objetivos, es decir, analizar la cuestión de la nación en la obra de este autor, el tipo tradicional de dominación es el que reviste menos interés, por su mero papel de constraste irracional frente a formas relativamente racionales de dominación (exceptuando la dominación carismática cuya base de legitimada es también irracional).

La dominación carismática descansa en una cualidad extraordinaria, en virtud de la cual el líder es seguido y puede ejercer su dominación. Es “irracional” puesto que descansa en la creencia de que el carismático posee fuerzas sobrenaturales para realizar proezas extracotidianas.

En contraste, se encuentra la dominación racional legal con administración burocrática. Sin duda, en su forma pura, es la forma más racional de ejercer la dominación, siendo un producto típico de la modernidad en el curso de la racionalización histórico-univeral.

Este tipo de dominación se basa en el ordenamiento de la conducta a partir de regulaciones abstractas, un conjunto de reglas universales, es decir, un ordenamiento legal. Se trata, pues, de un orden de dominación que vincula a dominados y dominantes de manera impersonal. Se obedece a la regla, no a la persona. El funcionario actúa con honor cuando se limita a obedecer las directivas de su superior, quedando al margen sus propias convicciones. Sus rasgos característicos son la disciplina, el orden, la rutinización de la vida social, comandados por una racionalidad formal. Por otro lado, rige, como en la empresa, la separación plena entre el cuadro administrativo y los medios de administración y producción.

La burocracia moderna no es patrimonio de la estatalidad sino una forma general de dominación. Se trata para Weber de una maquinaria eficiente que atraviesa todos los poros de las sociedades de masas. Además, esta burocratización del mundo social es considerada como un proceso irrevocable, como destino de la humanidad.

Por lo tanto, la burocratización de la vida es un efecto de la racionalización, una manifestación específica de un vasto proceso de alcance histórico universal.

Ahora bien, frente a este mundo cada vez más desencantado, donde predominan la disgregante racionalidad práctica del imperio económico y el sinsentido rutinario de la organización burocrática, ¿qué posibilidades quedan para la constitución de comunidades sustentadas en valores trascendentes, capaces de cohesionar a los individuos más allá de su aislamiento económico y la rutinización sin espíritu producido por la burocratización?

Nación y comunidad: una hipótesis de lectura

Es clara la preocupación weberiana por los diversos efectos sociales que conlleva la racionalización. Es decir, frente a un mundo moderno desencantado, donde rige el politeísmo de los valores, ¿qué posibilidades quedan para la emergencia de una contestación a este proceso, así sea de contratendencia?

Sobre este punto es de suma relevancia el trabajo del sociologo Pablo de Marinis sobre el uso del concepto de «comunidad» en la obra de Max Weber. De Marinis traza tres dimensiones de comunidad: como relato histórico, como tipo ideal y, finalmente, como proyección utópica.

Mientras que la primera se ocupa de la categoría comunidad mirando al pasado, como lo que ha sido pero ya no es, la segunda obedece a la necesidad de construcción de conceptos científicos en el campo de la sociología, es decir como un esfuerzo por realizar un sociología sistemática y abstracta.

Es en la última dimensión -comunidad como proyección utópica- donde me interesa poner el énfasis, es decir, el uso de comunidad como proyecto programático político e ideológico, no mirando al pasado, sino como posibilidad cargada de futuro.

En este sentido, la comunidad como proyección utópica supone una contestación frente a los rasgos disgregantes del presente moderno, ya que, recordemos, según Weber la modernidad se caracteriza por la racionalización creciente y la división de la realidad en esferas.

Como sostiene de Marinis: “la comunidad es concebida normativamente como dispositivo o artefacto que sirve ( o debería servir) para religar, recalentar, reunir o dar sentido a todo aquello que los procesos de racionalización desintegraron o desmagificaron.

Se trata, entonces, de una comunidad entendida como artefacto contratendencial de los procesos de racionalización, que no brota automáticamente ni naturalmente, sino que deber ser activa y deliberadamente promovida, estimulada, alentada por sentimientos de variada índole (nacionales, raciales, culturales, territoriales, ideológicos, religiosos, etcétera)”.

Weber apuesta al sentimiento nacional como lógica que contrapese a las racionalidades en las distintas esferas. Vale mencionar aquí una idea de comunidad presente en su texto Excurso. Se trata de la comunidad en el campo de batalla, donde se funda un lazo social radical, hasta la muerte, y en virtud de la cual los combatientes otorgan sentido a la muerte. Creen saber que mueren por algo, lo que es lo mismo que otorgar un sentido a la vida. Entonces, siguiendo a de Marinis, es posible afirmar que, para Weber, el nacionalismo es capaz de recalentar los lazos sociales enfriados por el proceso de racionalización y otorgar, asimismo, un sentido a la vida.

Ya sea fundado en el sentimiento nacional o en el liderazgo carismático de un líder plebiscitario, la comunidad es una apuesta de futuro, una intervención disruptiva con potencialidad para configurar valores trascendentes, en un mundo altamente racionalizado.

En El estado nacional y la política económica, el tema de la nación tiene una importante centralidad para Weber. Allí él muestra preocupación por la situación agraria al Este del río Elba, donde la racionalidad capitalista propicia la “polonización” de vastos territorios alemanes, al trastocar las relaciones económicas imperantes. Los trabajadores polacos empezaban a ganar terreno en el mercado de la fuerza de trabajo, desplazando a los alemanes. En ese contexto, Weber consideraba que era tarea del Estado defender la «alemanidad» de sus fronteras. Hasta tal punto el sociólogo extrema la supremacía de lo nacional por sobre lo económico que plantea incluso el cierre de la frontera: “No es paz y felicidad humana lo que hemos de transmitir a nuestros descendientes, sino la lucha perpetua por el mantenimiento y robustecimiento de nuestro carácter nacional”, se puede leer en el texto mencionado.

En este punto hay que aclarar que Max Weber desarrolla su estudio sobre la situación agrícola de los obreros al Este del Elba en las postrimerías del siglo XIX (1895), cuando los nacionalismos se fortalecían en Europa, la paz entre los países se tensionaba y se generaban las condiciones de posibilidad para el advenimiento de las dos Guerras Mundiales en el siglo XX. Esto explica su preocupación por la defensa de la «alemanidad», por lo que vincularlo de alguna manera con la ideología nazi es anacrónico.

Podemos constatar una tensión en el pensamiento político weberiano, entre dos polos: comunidad nacional y racionalización. Dicho de otra manera, tenemos, por un lado, la racionalización de la vida y, por otro lado, la nación como ideal utópico-político.

El problema agrario al este del Elba analizado por Weber permite identificar dicha tensión. Si la racionalidad capitalista habilita a dar trabajo a polacos que requerirían un menor costo de subsistencia (criterio económico de la ganancia máxima, sin consideración sobre los efectos políticos y culturales),  la voluntad política del Estado se funda sobre la nación (asegurar la perpetuidad de la cultura alemana), y por eso choca contra la racionalidad capitalista y la considera irracional.

Por lo tanto, son focos en tensión que atraviesan los escritos políticos de Weber.

Es indudable que hay en Weber un pensamiento de la comunidad nacional, como un proyecto político utópico, en irresoluble foco de tensión con el proceso de racionalización. Esta tensión muestra la actualidad del pensador alemán, teniendo en cuenta que hoy sigue vigente el conflicto entre el particularismo de las fronteras nacionales y el despliegue global de la racionalidad económica de mercado.

Referencias

WEBER, Max. Ensayos sobre sociología de la religión.

WEBER, Max. Economía y sociedad. 

WEBER, Max. “El Estado nacional y la política económica”.

P. Aronson y E. Weisz (comps.). Sociedad y religión. 
Un siglo de controversias en torno a la noción weberiana de racionalización.

WEISZ, Eduardo. “Max Weber: La desmagificación del mundo como proceso histórico-universal”.

WEISZ, Eduardo. “Nación y racionalización: dos focos en tensión en los escritos políticos de Max Weber”.

DE MARINIS, Pablo. “Las comunididades de Max Weber”, 
en Max Weber en Iberoamérica. Nuevas interpretaciones, 
estudios empíricos y recepción, Á. Morcillo Laiz y E. Weisz (eds.).

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