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sábado, mayo 4, 2024

Contra la pureza doctrinaria

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Es habitual la letanía por la ausencia de contenidos programáticos en los partidos. A veces, esa preocupación no refleja más que una demanda de pureza doctrinaria, con escasas ventajas estratégicas. Suele provenir de intelectuales sin incidencia real en la vida pública, y su verdadero efecto es más bien despolitizar.

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Por: José Duarte Penayo

Twitter es la red social que uso para seguir los acontecimientos políticos y las opiniones que van saliendo al calor de los acontecimientos. Una cosa que me interesa señalar sobre las discusiones que se dan ahí es que últimamente parecen preformateadas por la manera en que se dan en EEUU.

Así, diariamente determinadas sectas militan agendas bien definidas sobre cuestiones identitarias, y donde todo pasa por reforzar el background emocional de sus prosélitos. Es un juego de espejos, donde no se disputan sentidos sino que se responde «A» a «A». No hay confrontación, sino verificación previsible de núcleos sólidos de certezas.

La reducción del conflicto político a simples poses individuales ha sido últimamente criticada no sólo por los teóricos del populismo, como Chantal Mouffe o Jorge Alemán, sino por los recientes trabajos de pensadores norteamericanos identificados con el liberalismo, en libros como El regreso liberal: más allá de la política de la identidad de Mark Lilla, o el libro Identidad de Francis Fukuyama.

Desde diferentes miradas se coincide que es necesario tejer acciones políticas más amplias, capaces de superar el encierro en particularismos dispersos. La diversidad es interrogada críticamente como un rasgo antipolítico, propio de las lógicas de consumo.

En nuestro contexto esto se viene reproduciendo como un pastiche. Bajo la modalidad de un duelo sin épica, ni honor, ni disparos, se baten argumentos autoconfirmatorios.

Un ejemplo que puede ser ilustrativo: una autoridad cualquiera habla un día de Dios en algún acto oficial, provocando una encendida polémica en Twitter. Si tomaramos el timeline paraguayo como la realidad, creeríamos que esa pelea, en un país ultracatólico, es algo decisivo para el futuro de nuestra historia.

Creo que todo esto se expresa también en otro plano -más «reflexivo»- mediante la obsesión de algunos académicos locales por la pureza doctrinaria de las posiciones políticas, pensando que la izquierda, la derecha, el centro, no solo siguen teniendo la importancia que alguna vez tuvieron en Europa, sino que son relevantes para interpretar nuestros propios procesos históricos.

Es habitual la letanía por la ausencia de contenidos programáticos en los partidos. A veces, esa preocupación no refleja más que una demanda de pureza doctrinaria, con escasas ventajas estratégicas. Suele provenir de intelectuales sin incidencia real en la vida pública, y su verdadero efecto es más bien despolitizar, provocar encierros identitarios, impedir pensar en agendas convocantes, inhibiendo así la formación de alternativas reales a lo existente.

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