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sábado, mayo 4, 2024

Contra la literatura yanqui

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En este nuevo envío para el El Trueno, el escritor Derian Passaglia polemiza duramente contra la literatura norteamericana, comentando la obra del escritor Peter Orner.

Por: Derian Passaglia

La literatura yanqui es re grasa. Algunos poetas y algunas poetas, Moby Dick, la prosa de Faulkner, Henry james, algunos cuentos de Salinger, Poe. ¿Qué otra cosa se puede salvar de esa gran industria narrativa que hizo de un único recurso literario (la teoría del iceberg hemingwaniano) un modo de la reproducción del capital en la literatura? Desde Hemingway para acá, la literatura estadounidense es una institución que reproduce con variaciones de movimientos y formas aquello que Piglia llamó la teoría de las dos historias: un cuento cuenta siempre dos historias; una visible, otra oculta. Carver le lavó la cara al recurso, cambió escenarios y suprimió la épica. La generación siguiente, con Bret Easton Ellis a la cabeza, volvió a cambiar el decorado y la sensibilidad de los personajes, esta vez en modo neoliberal. Si la teoría del iceberg fuera la película de una de esas sagas que tanto aman en Hollywood, uno de los últimos estallidos de la moda literaria yanqui (aunque ya no sé si es viejo), la Alt Lit, podría titularse: “Alt Lit, el regreso del iceberg vivo”. La teoría del iceberg, si se persigue la línea de análisis de Piglia, proviene de la influencia de la literatura rusa, como los viajes espaciales, específicamente de los cuentos de Chéjov. Peter Orner, obviamente, lee a Chéjov, y no está ajeno por desgracia a este circuito comercial de lectura y escritura, donde se explota un único recurso literario como el fracking. Minorías étnicas, movimientos culturales, nuevas generaciones, escritores de género. Nadie está ajeno a este modo en que se escribe y se lee ficción (les encanta la palabra “ficción” y les encanta distinguirla de la “no ficción”) en el imperio.

Como lector, Peter Orner es un goma. Pero no por los libros que lee en ¿Hay alguien ahí? sino por la manera en que lee. Se puede adivinar que es un típico escritor norteamericano, alguien que internalizó a Carver, que lo enseña en la facultad y reproduce su misma lógica de escritura como una franquicia. Este mismo recurso fue importado por cierta literatura nacional, que podría haberle agregado mates, dulce de leche o feminismo, pero que detrás de esa careta sigue siendo lo mismo: el relato de una separación, de una emoción violenta, de una frustración, del cambio de etapas (de hijo a padre, de padre a abuelo, de abuelo a bisabuelo, y así hasta el infinito), la muerte de algún familiar más o menos cercano (cuanto más cercano mejor para las pretensiones literarias). El problema de toda esta literatura no es cómo escribe, sino cómo lee la literatura en relación a la vida, como si la literatura fuera algo externo, subsidiario, no la leen en relación a la literatura misma, que contiene a la vida.

Peter Orner adolece de este mal. Como escritor, no sabe leer. Una situación cotidiana le trae el recuerdo de un cuento. Rara vez describe formas en los cuentos: “Ni los trece tomos de Chéjov me ayudarían a escribir una sola oración que se sienta viva en la página. Eso viene de otra parte, de algún lugar más allá afuera en el mundo”. Peter Orner cree que tiene que vivir para después tener algo que contar. La experiencia no está en la literatura, está “allá afuera”, en lo que cree que es la vida y en lo que cree que es vivir; vivir como algo que el resto de los mortales no vivió, o que vivió, siente que lo habilita a narrar. La vida se vuelve una fuente de relatos, materia para la anécdota literaria. Como la mayoría de este tipo de escritores y escritoras, Orner cree que literatura y vida son dos cosas totalmente opuestas, la literatura está en segundo lugar, primero está “vivir”.

Otras ingenuidades son más evidentes. “Estoy convencido de que los cuentos pueden sacudir al poder como casi ninguna otra cosa, y a menudo lo hacen”. ¿De qué poder está hablando? ¿Económico, político, literario? ¿Por qué la literatura debería incomodar al Poder? Para Orner, la literatura tiene una función más allá de la simple diversión o placer, cosa que yo creía, no lo niego, en la adolescencia: la literatura podía cambiar la realidad, era una herramienta revolucionaria.

Según el narrador de un cuento de Fabián Casas, Orner sería un real seguidor del realismo. Cuando tiene la idea para un cuento que transcurre en Albania, no escribe cómo imagina Albania, que imagina como todos y todas la imaginamos: gris, desértica, fría. Para escribir el cuento que transcurre en Albania, ¡viaja a Albania! Peter Orner se gastó todas las millas gratis acumuladas para poder situar un cuento en un país lejano que no conoce. ¿Qué hubiera hecho si se le ocurría un cuento ambientado en la china de la dinastía Tang? ¿Invertiría en la fabricación de una máquina del tiempo? No parece interesado en la imaginación ni en el realismo, Peter Orner es un producto de la realidad más llana, de la coyuntura. Un real seguidor del realismo.

La excusa de fondo para escribir ¿Hay alguien ahí? es el tópico de la muerte del padre, reproducido hasta el hartazgo en infinidad de libros, y que ya a esta altura parece una parodia, como los molinos de viento que parecen caballeros. Se busca una revelación, acceder a una verdad última a través de la reflexión sobre la vida y la muerte en el texto, técnica habilidosa que Knausgard maneja con maestría. Pero Knausgard (o Philip Roth en Patrimonio, para poner otro ejemplo) hay uno solo. La literatura de Peter Orner se inscribe en esa gran industria que es la “escritura creativa”, enseñanza formal de técnicas literarias en universidades y talleres.

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