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sábado, abril 27, 2024

El narrador manipulador de Bolaño

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Para los lectores de El Trueno, Derian Passaglia analiza aspectos de la figura del narrador en el escritor Roberto Bolaño, comentando su libro póstumo 2666.

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Por: Derian Passaglia

Lo que más me interesa de 2666 es el narrador. ¿Por qué la novela se vuelve tan adictiva? ¿Por qué el lector quiere seguir y seguir leyendo, dar vuelta la página, vorazmente? La respuesta, mi amigo, está soplando en el narrador. Bolaño construye un narrador que cuenta siempre una historia que pareciera ser sospechosa de algo, como si lo que contara en realidad fuera una larga e interminable coartada. Uno no lee la historia de tal o cual personaje (pongamos por ejemplo Lalo Cura) sino la coartada de Lalo Cura; uno no lee la historia de Espinoza sino la coartada de Espinoza. Es un narrador que pareciera haber sido testigo de un hecho siniestro que desconocemos y entonces lo que el narrador cuenta es la coartada de Lalo Cura, o de Espinoza, Archimboldi o Pelletier.

Entonces, al enfrentarse a una historia que el narrador cuenta como si fuera una coartada, el lector se coloca frente al texto ante una actitud de sospecha: ¿qué hizo este personaje? ¿Por qué se nos está narrando esto? ¿Por qué es importante (se pregunta, por ejemplo) saber la vida de un soldado alemán del siglo XX durante 200 páginas? Recae, así, sobre cada personaje, un ligero manto de sospecha, de duda, como si el personaje no estuviera limpio por algún motivo que desconocemos e intentamos averiguar.

Y en este punto quiero extenderme sobre dos cuestiones: a) la manipulación que ejerce el narrador y b) el aplazamiento del sentido que genera el relato.

Empecemos por el punto a): la manipulación del narrador. Si a lo largo de 200 páginas el narrador nos cuenta la historia de un soldado alemán del siglo XX cuando en realidad debería contar la de Archimboldi (porque la última parte o capítulo de 2666 se titula precisamente “La parte de Archimboldi”, pero su nombre no aparece hasta pasadas 200 páginas), quiere decir que esa historia algún sentido va a tener (o por lo menos el lector espera que tenga) con la historia de Archimboldi, por lo cual el lector avanza, sigue avanzando, porque quiere conocer esa otra historia que el narrador le está negando o está dejando para más adelante o simplemente está ignorando. Entonces, este narrador en algún sentido te manipula: no cuenta nunca la historia principal, deja lo importante de lado y se enfoca en otras cuestiones quizá no tan relevantes. Es como si el narrador me dijera: “prestale atención a esto, y a esto, y a esto otro”. Pero eso otro que siempre está narrando nunca es el centro de la cuestión. Podríamos poner un paralelo con la teoría del iceberg de Hemingway, quien dice que el narrador debe mostrar un 10% y dejar oculto el otro 90% para que el lector sea quien complete el sentido. El narrador de Bolaño, por el contrario, muestra un 90% de una historia que no es la central y un 10% de lo importante. Por eso el narrador manipula: nos muestra lo que quiere y nos pasea por un texto que esconde muchas cosas al tiempo en que dice otras que quizá no vengan al caso. A mí no me gustan los narradores manipuladores, porque en general son tramposos, te esconden la verdadera historia o te llevan adonde quieren llevar con el fin último de pegar un giro de guión o argumento inesperado, que no te venías venir, y te hacen quedar como un boludo y ellos unos capos, como si se posicionaran con cierta superioridad sobre el lector. Ahora bien, el narrador de Bolaño me gusta. La razón es el segundo de los puntos que quiero desarrollar: b) el aplazamiento del sentido que genera el relato.

Este narrador manipulador, a diferencia de otros tramposos, no está por delante del lector, no sabe más que el lector y si lo sabe lo calla, se lo guarda. Es un narrador que va junto al lector y no por sobre él. Por eso, este narrador no nos da nunca una respuesta que calme nuestras ansias, no nos deja tranquilos mostrándonos lo que queríamos saber (tal vez tampoco él sepa las respuestas) y esa diferencia chiquitita pero definitiva hace que uno quiera seguir leyendo. Al no brindarnos respuestas, al no mostrarnos lo importante de la trama o de la historia, queremos seguir leyendo, con la esperanza de dar vuelta la página y encontrarnos con las respuestas últimas del texto: ¿quién es y dónde está Archimboldi? ¿quién mató a esas mujeres mexicanas?, etc. El sentido último no está clausurado y este narrador lo desplaza siempre hacia adelante.

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