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viernes, abril 26, 2024

Vicente Luy, el poeta autodestructivo

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Para los lectores de El trueno, Derian Passaglia analiza hoy un poema del escritor argentino Vicente Luy, desmenuzando sus diferentes aspectos.

*

Por: Derian Passaglia

Vicente Luy escribe directamente como le vienen las palabras, no hay ningún tipo de mediación: llama a las cosas por su nombre. Es un poeta profético, noventero, autodestructivo, suicida y rebelde. A veces se pasa, y su poesía, en vez de profética, se vuelve leída hoy un poco inocente; llega al punto de dar vergüenza ajena, pero a él no le importa, porque sabe que está lanzando sus verdades. Hay un poema suyo que me parece revelador de su poética:

Labio superior.

Labio inferior.

Capuchón.

Mi novia se afeitó la conchita.

Llegó con su vestido nuevo

verde manzana, los labios rojos

y florcitas en el pelo.

Compré una Heineken

y salimos al patio.

Hablamos de la vida

El poema no tiene título y empieza por un primer verso que nos hace pensar en una boca. Pronto, en el tercer verso, esa idea entra en crisis al nombrar un “capuchón”. Las referencias se desestabilizan, y ya en el cuarto verso la imagen se vuelve clara. Vicente Luy describe a su novia por los genitales y cuenta una cita.

Pero hace el camino inverso a lo esperado: no cuenta cómo fue la cita primero, sino el resultado y la consumación; los tres primeros versos son casi impresionistas, definidos en una imagen nítida recién en el verso posterior, como si fueran deslizándose en pendiente hasta darle todo el peso del sentido a una sola palabra al final del cuarto verso: “conchita”. Es entonces cuando se definen las identidades de las palabras y llega un primer sentimiento de intimidad, de pudor. La novia está desnuda.

Sin embargo, inmediatamente en el verso de abajo sucede un quiebre temporal: ¿cómo que la novia tiene puesto un vestido verde manzana? La habilidad del poeta está en el cambio gramatical: donde debió utilizar el pluscuamperfecto «había llegado», usa el simple y directo «llegó», que genera un efecto de inmediatez y es también mucho más oral.

Los versos seis y siete describen a la novia, objeto de devoción del poema. Ella parece todavía más hermosa con la ropa puesta, el color del vestido da la impresión de que fuera primavera, pero también establece una relación de semejanza con el color de la botella de cerveza Heineken, y el juego de contrastes en los espacios adquiere una dimensión pictórica compleja. Además, hay otra relación muy grande en la sonoridad de las palabras, entre «conchita» y «florcitas», las dos palabras en diminutivo del poema que suavizan el comienzo. Los colores le dan a la novia un cuerpo que ocupa entonces el centro del poema.

Los últimos tres versos no quiebran la temporalidad, pero producen un nuevo efecto en la lectura: el sujeto del poema se preparó en su casa, compró alcohol, se puede hasta sentir el perfume y los nervios que tiene. El poema termina con la verdadera desnudez, vuelta de tuerca que llega con el último verso: se sienta a hablar con su novia “de la vida”. Acá es tremendo otro contraste, porque si bien accedemos a la “conchita” totalmente depilada de su novia, no podemos acceder a la conversación que tienen. ¿De qué habrán hablado? ¿Por qué es mucho más privada la conversación que los genitales de la novia? Tan íntima resulta esa imagen que adquiere una potencia superior al del comienzo del poema.

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