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lunes, mayo 6, 2024

Antinetflix

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Recientemente la celebrada cineasta Lucrecia Martel lanzó duras críticas a Netflix, denunciando sus aspectos «conservadores». En este envío para El Trueno, Derian Passaglia reflexiona sobre sus dichos y polemiza con sus argumentos.

*

por: Derian Passaglia.

Cuando estaba en los últimos años de la secundaria en la tele de aire había una novela adictiva. Pablo Echarri camina por una pieza blanca sobre la que llueven pétalos de rosas rojas, al mejor estilo lyncheano, mientras una angelada Celeste Cid espera en la otra punta, con los labios carnosos entreabiertos, al ritmo de Down with my baby de Kevin Johansen. Un aire siniestro se instala cada vez que aparece un personaje que tiene una relación con una mujer mucho más grande que él (¿era su madre o estoy recordando muy mal?). El final fue inolvidable: Fabián Vena explota dentro de un cubo de vidrio y mancha todo de sangre. Para ese momento, la novela se había vuelto demasiado consciente de su éxito y popularidad, y se ve que la producción quiso estar a la altura con un final que se pretendía épico y resultó bizarro. El episodio final fue transmitido en simultáneo en la tele y en el Gran Rex. Nunca había escuchado de una novela de aire que se emitiera en el teatro, y que hubiera gente dispuesta a pagar una entrada por ver algo que bien podría haber disfrutado desde la comodidad de su casa. Era el año 2003 o 2004 y Resistiré batía récords de audiencia. La canción que era la cortina de cada capítulo sonaba en todas las radios: me volveré, de hierro para endurecer la piel…

Hoy por suerte las cosas cambiaron. Un adolescente que quiere ver algo bien flashero tiene a disposición la primera temporada de Twin Peaks en Netflix. En Twitter se quejan de que para entender la serie alemana Dark hay que hacer cuadros sinópticos y mirarla con lápiz y papel en mano. Personalmente no me gusta Netflix ni cualquiera de esas plataformas de streaming pagas. Me considero, como Lucrecia Martel, aunque por otros motivos, un antinetflix. Lo pongo en términos morales: me parece mal que haya que pagar por ver una película o serie por internet, que se haya vuelto un modo de consumo, y que encima el contenido sea escaso y en general mediocre. Pero no puedo negar que las posibilidades con respecto a hace quince o veinte años se ampliaron bastante. ¿Qué le voy a hacer? Soy un hijo de la internet gratuita, del 1.0, del Ares, del ruidito del teléfono, de los portales de chats en los que le contabas tu vida a un centroamericano desconocido. El capitalismo me tiene hinchado las pelotas: todo lo que toca lo arruina, o hay que pagar. No puedo concebir que haya que pagar por ver películas o escuchar música, y que se acepte ese hecho de una forma tan natural, tan pasiva.

Hace unos días circuló el fragmento de una entrevista de Martel donde habla sobre el trabajo y el arte. Dice que quien trabaja en estas plataformas se tiene que adecuar a un modelo narrativo determinado. Dice que hay que atender a una serie de preocupaciones y cuestiones, y asumo que habla de la moda delirante de la corrección política. Dice que conoce lo que hay en Netflix. Dice que el 90% son idioteces. Dice que a los actores no les importa haber participado de estas producciones, dice que los guionistas sienten vergüenza de que sus nombres aparezcan en los créditos y dice que los directores van a buscar el cheque y salen corriendo. Dice que estas producciones ofrecen una oportunidad llena de condiciones. Establece una relación entre un modelo social y económico del mundo de hoy, al que llama conservador, y el fenómeno de las series. Se indigna porque esto no despierta alarma y porque no podemos ver una relación tan evidente entre estos dos elementos. Dice que el regreso al argumento como forma única de narrar se inserta dentro del contexto conservador de las políticas ideológicas mundiales.

Martel es una de las mejores directoras de cine argentino de todos los tiempos. Pero su modo de concebir una producción audiovisual atrasa. Lo que Martel no está viendo es que vivimos el fin de una era y el comienzo de otra, y que el cine deberá reconvertirse, modificar su lenguaje, como lo hizo cuando se popularizó la televisión en los años setenta y ochenta, y como lo está haciendo ahora en medio de un cambio de paradigmas en la forma de consumir productos culturales en este sistema social. Formas que antes eran revolucionarias en el cine se adaptan ahora al género serie en las plataformas de streaming. La pasión por el argumento, la fiebre por el spoiler, no es otra cosa que la popularización de viejas formas, códigos, modos de hacer cine. En el fondo, lo que a Martel le molesta es el cambio de paradigma, que la producción audiovisual haya abandonado la forma “cine” y se haya adoptado en una forma plebeya.

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