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sábado, abril 27, 2024

La niña que vivió solo un día

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Para los lectores de El Trueno, Derian Passaglia continua narrando la historia de Havivra Da Ifrile, una de las tres sobrevivientes de la actividad del volcán Monte Pelée que volatilizó St. Pierre, ciudad de la isla de Martinica.

*

Por: Derian Passaglia

De los únicos tres sobrevivientes de la tragedia, Louis-Auguste Cyparis, mejor conocido por su nombre artístico Ludger Sylbaris, es el más famoso, el único del que quedan registros en fotos. A Cyparis lo encerraron en una celda subterránea mientras esperaba el momento de su ejecución -momento que nunca llegaría- por haber asesinado en un duelo a cuchillo a un hombre en una taberna, en la mejor tradición gauchesca salpimentada de condimentos kafkianos. Lo encontraron cuatro días después, gritando, con todo el cuerpo quemado por el aire caliente que llegaba por la única ventanita de la celda. Posteriormente, el delito le fue perdonado, y como en un revés tragicómico de la vida, terminó en otra celda, trabajando en el circo Barnum, donde se lo exhibía como El hombre que sobrevivió al Juicio Final, título de película de clase B en blanco y negro o cuento para un Stephen King pop.

Léon Compère-Léandre era zapatero de la ciudad de St. Pierre. Los nombres reales de los habitantes de la ciudad son muchos más lindos que los ficticios de Corazón salvaje. Léon Compère-Léandre, un simple y humilde zapatero de una bahía del caribe. Hay polémica sobre la forma en que sobrevivió. Algunos autores afirman que se tiró al mar justo antes de que lo tocara el flujo piroclástico; otros dicen que el flujo piroclástico lo sorprendió durmiendo la siesta en el sótano de su casa; unos últimos, que consiguió apartarse del camino de la nube ardiente, hipótesis improbable, ya que el fenómeno se desplazaba a 670 kilómetros por hora. Corría enloquecido entre las ruinas de St. Pierre cuando lo encontraron. Inmediatamente lo llevaron a un hospital de Fort-de-France donde se le diagnosticó demencia. Léon Compère-Léandre estaba sin embargo en estado de shock. Pocos días después lo nombraron oficial de policía, le pusieron un arma en la mano y lo mandaron de vuelta a las ruinas de St. Pierre para protegerlas de los saqueadores. Sobrevivió a otras dos catástrofes: la segunda erupción del Pelée del veinte de mayo de 1902, y a la tercera explosión del treinta de mayo, después de haberse establecido en Mourne Pouge, en la ladera opuesta del Pelée. El zapatero de St. Pierre era más temible que la furia diabólica del monte: casi nadie sobrevive a su lado. En los fragmentos de su relato sobre la erupción no hay épica ni visiones apocalípticas ni invocaciones griegas. La realidad de lo que cuenta se siente en sus detalles, en algún nombre propio, en el recuerdo de una caída en medio de la desesperación. Léon Compère-Léandre escribió sobre un viento terrible que soplaba, una tierra que se sacudía y un cielo oscurecido de repente. Trepó escalones, sintió los brazos, las piernas, el cuerpo que se quemaba. Vio cuatro personas que gritaban y lloraban de dolor a pesar de que sus ropas no parecían alcanzadas por el fuego. Vio caer muerta a la nena de los Delavand. Vio al viejo Delavand vestido y acostado sobre su propia cama quieto, mudo, como durmiendo. Bajo la ropa intacta su cuerpo estaba violeta e hinchado. Léon Compère-Léandre, en un acceso enloquecido a la conciencia de lo real, se tiró sobre una cama a la espera de la muerte. Ninguna esperanza quedaba para él. Una hora después se recuperó, cuando se dio cuenta que el techo se incendiaba. ¿Qué fuerza interior le ordenó salvarse? Ensangrentado y cubierto de quemaduras, corrió a Fonds-Saint-Denis, un pueblo a seis kilómetros de St. Pierre.

La mañana temprano del ocho de mayo de 1902 amaneció clara. Una tormenta durante la noche limpió la ciudad de cenizas. Si la población estaba sumida en el pánica y la locura, ¿es posible que Havivra Da Ifrile caminara con su madre a la Catedral para escuchar la misa? La escena instala la redención de los personajes, el momento de la expiación, el espíritu que asciende al cielo en paz y en comunión con Dios y el universo para integrarse armónicamente a todas las cosas existentes. Se representa también la pureza, el blanco de la Virgen envuelto en un manto sagrado, mientras revolotean sobre sus hombros ángeles blancos de blancas alas. Pronto la madre va a morir, o va a desaparecer de la acción, y de la Catedral quedará la piedra apilada sobre otra formando montañas pesadas de ruina, monumento indistinguible que alguna vez fue la morada de ritos, creencias, arte, orejas calladas para pecados, símbolo material, refugio, sistema de civilización y progreso. La piedra ignora todo, hasta el momento y el presagio de su propia destrucción, el último lugar que pisaría el cuerpo de la madre. ¿Habría alcanzado a entrar a misa? Los registros no son claros. Havivra se separa de su madre, que la manda a llevar un recado a la pastelería de su tía, ubicada junto a una atracción local denominada El Sacacorchos. Puede que sea algún mensaje urgente lo que le manda a llevar, quizá víveres o remedios caseros. La comida está descartada de estas suposiciones, teniendo en cuenta que el mundo parecía venirse abajo, y que la tía tenía una pastelería. La madre posterga la educación religiosa de su hija en medio de una situación delicada en toda la ciudad. Havivra habrá tenido que saltar por encima de víboras y esquivar picaduras de arañas enormes y venenosas que escapaban de la masacre. El recado que la madre le manda a Havivra parece más bien lo que Hitchcock llama un macguffin. No importa el recado, pero sí la dirección que toma Havivra. El Sacacorchos era un sendero turístico de senderismo, que se internaba en la montaña y conducía a un cono volcánico satélite y a un antiguo cráter, a media altura en la falda del volcán.

A medida que Havivra se acercaba al Sacacorchos, una columna de humo en el cráter se elevaba cada vez más alta. Se dice que dijo que el fondo del pozo brillaba con una luz roja, como si hirviera, con pequeñas llamas azules saliendo de él. Tres personas bajaban corriendo del sendero, evitando ser tragados por una nube de humo azul, pero no lo lograron y cayeron como muertos. La perspectiva desde la que Havivra accede a este momento es única. Por un lado, está tan cerca como para perseguir el recorrido de las personas bajo el humo azul; por otro, tan lejos como para que los efectos mortíferos del volcán no la alcancen. ¿Desde dónde presencia los hechos? ¿Cómo es el lugar privilegiado desde el cual observa la escena sin verse afectada por ella? Las fuentes que citan sus palabras textuales son desconocidas.

Un paseo por el monte Pelée en Street View no resulta muy revelador. La niebla rodea la tierra en la altura e impide ver lo que hay. La vegetación es húmeda, el verde de las plantas a los costados del sendero es el de un verde loro, vibrante, inquieto, verde de pasto sintético envilecido, como un verde en carne viva. Más que un bosque parece una selva donde los ruidos de los bichos aturden, y hacen pensar en arañas gordas y peludas planificando el momento del ataque bajo una piedra. André Bretón llama a la Martinica encantadora de serpientes. Algunos de estos bichos pueden cruzarse por este sendero sin previo aviso, un sendero que sube por el monte, construido con cemento, piedras y maderas, que se va perdiendo entre la niebla y las plantas que parecen murmurar en la humedad de sus hojas. Cuando el sendero, a lo lejos, se pierde en la vegetación, se ve un cuerpo, una forma humana, lo que parece ser una chica de pelo largo con una remera amarilla y quizá una pollera de tela de jean que le llega un poco más abajo de las rodillas, como una última visión fantasmal de Havivra que insiste en sobrevivir al presente. Las plantas y el verde se elevan por encima del sendero, amenazan con tragarlo en un tiempo no muy lejano. ¿Será este el camino al Sacacorchos que salvó la vida de Havivra y le permitió contemplar la muerte, como esos viejos y nostálgicos narradores decimonónicos que todo lo saben, que no se pierden un solo detalle, que narran la totalidad de la vida del monte y la ciudad?

Havivra escapó hacia St. Pierre y llegó a la calle principal, donde vio una masa hirviente explotando en la cima del Sacacorchos y derramarse colina abajo. Corrió por la calle. La corriente se hacía cada vez más grande, iba devorando las casas a ambos lados de la calle. En ese momento Havivra vio un enorme río rojo y ardiente que venía desde otra parte de la montaña, cortando las vías de escape de la gente que salía corriendo de sus casas. El relato apocalíptico de Havivra favorece el desarrollo de la acción. Pasan un montón de cosas en un período de tiempo muy corto. Si la primera explosión del Pelée alcanzó unos diez kilómetros de altura y una inmensa colada piroclástica bajó sobre la ciudad destruyendo todo a su paso, ¿qué tan rápido o qué más rápido que un adulto pudo correr? A partir de acá, las versiones sobre lo que le pasó más o menos coinciden. Para Wikipedia, asustada, Havivra corrió hasta la playa, saltó al bote de su hermano y se dirigió, siguiendo la línea de la costa, hasta una cueva donde solía jugar a los piratas con sus amigos. El detalle del juego hace que no se pierda de vista la inocencia que contrasta con esta atmósfera de terror. Antes de llegar al refugio, Havivra se da vuelta, como una última imagen que se quiere retener, una despedida, alimento para la memoria, y ve todo el flanco de la montaña que miraba hacia St. Pierre roto, que caía hirviendo sobre la gente que gritaba. Havivra alega haber sufrido muchas quemaduras por las piedras calientes y las cenizas que iban volando hacia el bote, pero que consiguió llegar a la caverna. Ese segundo en el que se da vuelta, en que observa la destrucción, lo que antes estaba y ahora ya no, en el momento mismo en que se produce el fenómeno, el cambio, me parece de una belleza desgarradora. ¿No giramos también la cabeza para ver lo que perdimos, lo que dejamos atrás, mientras todo se destruye y desaparece a nuestro paso, en el momento mismo en que las cosas se desvanecen, y nos damos vuelta resignados, con el consuelo pobre de saber que estamos vivos, y no seguimos adelante con lo que queda, con lo puesto?

Una vez en la cueva, Havivra escucha el fuerte siseo producido por el flujo piroclástico al tocar el agua. El crucero francés Suchet la encontró a la deriva, en el bote, a varios kilómetros de la costa. El bote estaba perforado y quemado, Havivra había sufrido quemaduras graves. El telegrama del primer barco que llegó a la costa de la bahía decía que la ciudad de St. Pierre fue arrasada por una tormenta de fuego. Escombros, piedras, cuerpos mutilados y otros que parecen esculturas de mármol de la Antigua Grecia, hierro fundido, calles por las que no se puede circular, fachadas que quedaron en pie, lo último que quedó en pie. Otra fuente afirma que hubo solo dos sobrevivientes, pero no menciona cuáles. ¿Existió Havivra o se trata de una invención comunitaria sobre un hecho histórico real? No se sabe qué fue de ella después de la catástrofe, ningún registro parece preocuparse por su destino posterior. Como una Christophine anónima, su nombre quedará ligado al monte Pelée, reviviendo una y otra vez en mayo de 1902 para ser testigo eterna de la destrucción.

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