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sábado, abril 20, 2024

Tres discursos falsos sobre el EPP

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José Duarte Penayo reflexiona sobre las maneras en que se suele pensar el problema del EPP. Distingue tres registros que considera erróneos, pues niegan o relativizan sus características propias.

Por: José Duarte Penayo

Lamentablemente, el autodenominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) volvió a ser noticia en estas últimas semanas. El miércoles 9 de septiembre, probablemente en represalia por la muerte de dos niñas que estaban en su campamento, el EPP secuestró al exvicepresidente Óscar Denis y a su colaborador, el joven Adelio Mendoza. Así, estos trágicos hechos relanzan la cuestión de qué hacer con el EPP y cómo enfrentar este fenómeno cuyos actos conmocionan a gran parte de la sociedad paraguaya.

En este sentido, estuve repasando las intervenciones públicas que se hicieron al respecto y encuentro que hay tres tipos de discursos desde los que normalmente se intenta entender a este grupo de insurgencia armada, cuyo accionar solo ha sembrado luto y dolor.

El primer discurso es el de las agencias gubernamentales de seguridad; sostiene que el EPP es una asociación criminal más entre otras. Para muchas instituciones estatales, el programa político del EPP es un elemento irrelevante, dado que se lo reduce a una organización meramente delictiva. Como señalara el abogado Rolón Luna al caracterizar esta perspectiva, para el discurso oficial del Estado los del EPP “serían motochorros con poder de fuego”. Así, por omisión o abierta incompetencia, renuncian a considerar los aspectos políticos y sociales que enmarcan las acciones del grupo en cuestión. Se renuncia a estudiar los aspectos estratégicos y tácticos de la guerra de guerrillas, sus exponentes teóricos, su doctrina y, sobre todo, la posibilidad de arraigo que puede llegar a tener en la población, dado que en muchos casos son resguardados por la propia comunidad donde operan. Esta manera de concebir al EPP ignora su complejidad y, por eso, solo propone soluciones que pasan por lo estrictamente militar/policial.

El segundo discurso se inscribe en las coordenadas de la «teoría de la conspiración», cuyo rasgo principal es creer que existe un poder en las sombras que maneja los hilos de la realidad según lo que conviene a sus intereses. Desde este punto de vista, el EPP no sería más que una siniestra puesta en escena de un falso grupo guerrillero, inventado para actuar siempre funcionalmente a los intereses de la «oligarquía». Las teorías de la conspiración inspiran posiciones que se suelen concebir como propias de la extrema derecha, por ejemplo los famosos planes de reestructuración global que planificarían Soros, Bill Gates y ONGs con agendas progresistas. Sin embargo, este modo de abordar la realidad social permea también a algunos sectores de izquierda de Paraguay,  quienes sostienen que el EPP es una creación de los poderes fácticos (narcotraficantes, ganaderos, sojeros, partidos políticos “de derecha”, etc.) para criminalizar las luchas sociales, estigmatizar las ideas de izquierda o progresistas en general, desempeñar tareas distractivas cuando el poder político se ve en aprietos y un cúmulo de otras justificaciones que van surgiendo al calor de las distintas coyunturas. 

El tercer discurso es el que reproducen determinados académicos y que, en cierta medida, es el más “sofisticado”. Postula que el EPP es un resultado lógico de condiciones objetivas, tales como la desigualdad, la pobreza, la ausencia del Estado, la concentración de la tierra, entre otras, que Paraguay comparte con otros países de América Latina. A través de un estructuralismo de pocas luces se sostiene que este grupo es un efecto o epifenómeno de una realidad que lo condena a existir. El EPP sería, así,  una semilla que, al caer en tierra fértil, no tiene otra posibilidad que germinar. Esta mirada, si bien hace mayores aportes que las otras -porque tiene en cuenta el contexto en el que opera este grupo-, no sirve para entender los procesos sociales porque no tiene en cuenta la diferencia que hay entre condiciones necesarias y condiciones suficientes. Determinadas condiciones socioeconómicas pueden ser necesarias para el surgimiento de un fenómeno como el EPP, pero estas no son suficientes: se requiere también de un proyecto movilizador, un propósito y una decisión de determinados actores. La semilla de la violencia no crece si no se la planta, se la abona y se la riega. Salvo que adhiramos a lo que los críticos del estructuralismo denominaron la perspectiva del «idiota cultural» -una visión finalmente conductista de lo social- estos quehaceres exigen la intención y el actuar de personas de carne y hueso.

Los tres discursos brevemente presentados pueden parecer contrapuestos e incompatibles, pero, sin embargo, más allá de sus divergencias, comparten un fondo común: la negación del EPP como fenómeno efectivo, como realidad concreta con características propias. Los tres apartan la mirada, por diferentes motivos, del proceso mismo de formación de este grupo armado, proceso en que existieron diferentes actores, disputas y una voluntad manifiesta de intervenir políticamente por medio de la violencia armada.

Considerar al EPP como un simple problema delictual, reducirlos a títeres de la oligarquía o considerarlo como un efecto de estructuras son tres maneras de evitar afrontar un hecho social problemático: la aparición de un grupo insurgente en el siglo XXI en Paraguay. Contra estos tres modos de negación, es urgente un abordaje que historice el proceso, restaure su particularidad, describa la trama de sus actores, ponga de manifiesto el imaginario político que sustenta al EPP, analice qué tipo de vínculo tiene con las comunidades que dice representar y, sobre todo, produzca más datos sobre el contexto social en el que actúan. En esta línea se pueden encontrar los valiosos trabajos de Juan A. Martens y Andrew Nickson que arrojan pistas y resultados que deben ser profundizados.

El EPP no es un hecho aislado, se inscribe en una realidad con una dinámica particular como es la del norte de nuestro país, donde los lazos económicos y sociales y la presencia del Estado tienen características diferentes de lo que sucede en el resto del territorio nacional. En nuestro país la investigación académica tiene pocos incentivos y reconocimiento, al tiempo que las ciencias sociales son permanentemente menoscabadas en su relevancia. Revertir esta situación es urgente para tener un conocimiento más profundo de este problema que golpea a nuestro país.

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