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martes, abril 23, 2024

Rengger o dormir al descampado en el siglo XIX

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Paranaländer presenta a Johann Rudolf Rengger (1895-1832), un viajero suizo que visitó Paraguay durante el gobierno del Dr. Francia, quien durante 6 años recorrió nuestro país y exploró lo que para él era un mundo desconocido: su gobierno, su sociedad, su naturaleza.

Por: Paranaländer

Johann Rudolf Rengger (1895-1832) fue un viajero suizo que visitó para Paraguay y publicó tres libros sobre tal experiencia, El ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay (1827, en 1828 edición en español), Historia natural de los mamíferos del Paraguay (1829) y el póstumo de 1835, que hojeamos y subrayamos ahora, Viaje al Paraguay en los años 1818 a 1826 (2010, Editorial Tiempo de Historia, Asunción).

“Estas horas nocturnas se cuentan entre las más inolvidables de

mi vida, al igual que la estadía en los despoblados, sobre todo,

y me ofrecen los recuerdos más reconfortantes

de mi viaje en Paraguay”

(Rengger, 2010, p. 194).

 

Rengger es un ejemplo de autor que conocía la obra del viajero prusiano, mas no puede ser considerado un humboldtiano convencido, es decir, estar influenciado por la estética de lo sublime. Sus paisajes son pintorescos antes que sublimes.

Rengger cita mucho a Azara, Cuvier, Saint-Hilaire, Dobrizhoffer, ya sea para corroborar o refutar sus afirmaciones sobre Paraguay. Por ejemplo, del último rechaza como mito la antropofagia guaraní. Sí reconfirma ese otro mito sobre los indios, su kaiguetismo y saber-vivir que suele ser motejado de haraganería por los puritanos europeos, y en ese punto el suizo no demuestra originalidad. Son hombres que viven para comer.

El mate, sospecha, no es hábito guaraní tal como se conoce ahora, estos apenas mascaban la yerba y no la sorbían con ninguna bombilla de plata. Sus chacras son comunales o comunistas. Solo mencionan una divinidad estelar llamada Tupá cuyas obras son todas malas como enviar a los blancos a destruir a los avá, o que los avá pyta (los guaicurú) sean sus enemigos jurados. Prenden fuego tal cual lo describen Schaden en su recopilación de mitos del origen del fuego.

Los guaraníes no venden a sus hijos, a no ser que sea un huérfano, y es más practico alienarlo a otra familia que lo pueda alimentar, o a niños raptados, uno niño y una niña de 9 años se trocaban por un poncho, machete y cuchillo.

Describe los regimientos de indios guaraníes de San Martin y sobre todo las de Artiga y de su ahijado Andresito, en Corrientes, donde el general uruguayo atacado de celos manda azotar con tanta crueldad a una de sus concubinas que ésta termina muriendo al día siguiente, un caso de feminicidio decimonónico tal cual.

Hablando de crueldad, dice que los esclavos en Paraguay son tratados con mucha más humanidad que en Brasil, y los negros y mulatos, de muy bajo porcentaje, pasan desapercibidos que uno no los reconoce o diferencia de los otros ciudadanos libres. Dice que la sífilis es desconocida entre los guaraníes pero entre los blancos, y mulatos e indios relacionados sexualmente con estos, alcanza al 40 % de la población. Que el guaraní puro es el de los llamados monteses (caaygua), mientras que el de las misiones ya era un yopará.

Según el suizo Paraguay significa “fuente de mar”, paraquay. Habla de loro-relojes, de la piedra meteórica que ya vimos comparecer en “Yo el supremo”. Se maravilla ante Asunción:

La vastedad del río, la exuberante vegetación que lo circunda, el salvajismo del terreno en una orilla y el cultivo incipiente por todas partes en la otra, la innumerable cantidad de pájaros que vuelan hacia arriba y abajo sobre el agua en bandadas, los rebaños de caballos y vacunos que pacen, que animan la comarca por doquier, hacen de este panorama uno de los más bellos que yo haya visto en el interior de un país. Además de ello, se transforma, por así decirlo, a cada hora del día. Juvenilmente bella es la salida del sol, una vez que todas las plantas han sido bañadas por el rocío nocturno; al mediodía, cuando los vapores se han elevado del suelo caldeado, la comarca aparece como envuelta en un transparente velo blanco y, cuando el sol poniente tiñe de rojo el cielo y su arrebol se refleja en la masa vaporosa, el paisaje está como rodeado por una atmosfera ardiente” (Rengger, [1835] 2010, pp. 299–300).

En la catedral vio un santo armado con una pistola. Los payaguas son anarkas, fuera de ley, no tienen caciques ni mandamases, son libres en sus canoas. Sus mujeres, dadas hoy al vicio del alcohol e incluso a la prostitución, tienen el vello púbico ralo, nos cuenta el suizo.

Vi también al Señor Rengger, quien volvía de Paraguay, en donde había visto de cerca al famoso doctor Francia. Había traído una colección de cráneos humanos, destinados a hacer conocer las diversas razas de América meridional, y me la mostraba con complacencia; hablando con él, le pregunté qué precauciones había tomado para asegurarse de la raza a la cual pertenecía realmente cada individuo. «Pues claro, me dijo, estoy bien seguro de ello; ¡soy yo quien los mató!» No pude reprimir un gesto de indignación, y agregó: «Era durante la guerra! Cada vez que el doctor Francia tenía un problema con una tribu, le pedía para servir como voluntario, y completaba mi colección». Nunca oí hablar de un celo de naturalista tan salvaje”. Anécdota relatada por su colega Augustin Pyramus de Candolle (1778-1841).

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