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viernes, marzo 29, 2024

Francisco narra el agotamiento del modelo económico-financiero actual

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En su reciente encíclica “Fratelli Tutti”, el Papa Francisco afirma que la pandemia del Coronavirus ha evidenciado que el régimen “ha fallado” para salvar a todos, y urge la creación de un nuevo sistema económico y financiero solidario.

El papa Francisco emitió la semana pasada la encíclica “Fratelli Tutti”, sobre la fraternidad y la amistad social. Además de ser un canto a la solidaridad humana, su carta es sobre todo una fina y devastadora descripción sobre el ocaso del modelo económico vigente, y de las alternativas que deberían abrirse en el futuro inmediato.

El análisis del Pontífice, se produce a raíz de la pandemia de Coronavirus, que dejó en evidencia la vulnerabilidad de la humanidad entera ante la aparición de catástofres naturales o sanitarias, así como el profundo abandono de aquellos vastos sectores sociales que se encuentran completamente indefensos ante situaciones de estas características.

Ante ello, el Papa insta a imaginar un nuevo mundo, un nuevo orden económico internacional, basado en el respeto a la dignidad humana.

«El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia», declara inicialmente Francisco.

Ante esta perspectiva, añade es perentorio aprender las lecciones de la historia:

«Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros».

Como ejemplo de nuestra incapacidad para aprender del ayer, el Francisco cita un ejemplo muy cercano para evidenciar la incapacidad de la dirigencia internacional para generar los cambios, sobre todo económicos, que tengan una perspectiva humana más aglutinante y menos excluyente:

«Me permito repetir que la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo. Es más, parece que las verdaderas estrategias que se desarrollaron posteriormente en el mundo se orientaron a más individualismo, a más desintegración, a más libertad para los verdaderos poderosos que siempre encuentran la manera de salir indemnes».

A continuación, el Pontífice describe de manera pormenorizada el fracaso del modelo neoliberal, al que adhieren tantos gobernante y tantas escuelas económicas internacionales, donde se formaron muchos de los economistas que hoy dan cátedra de cómo consolidar ese modelo según el cual, el crecimiento por sí mismo permite que los sectores menos favorecidos de la sociedad puedan beneficiarse por el mero desborde de los inauditos márgenes de ganancias de las grandes fortunas.

«El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social», explica.

Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial», para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado».

El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, «tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos».

Y continúa, «me permito volver a insistir que la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia (…)Pienso en una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del Estado».

Como parte de este programa, el Papa convoca incluso a repensar la vigencia de la doctrina sobre la propiedad privada, ya que este derecho «sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica».

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