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jueves, abril 25, 2024

Louise Glück: la ganadora del Nobel de literatura 2020

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Derian Passaglia escribe sobre el premio Nobel de literatura y su reciente ganadora: la poeta norteamericana Louise Glück.

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Por: Derian Passaglia

Otro año más que César Aira no gana el Nobel. Lo ganó una poeta norteamericana, Louise Glück, nacida en Nueva York en 1943. No estaba entre las candidatas y candidatos y el premio fue una sorpresa. Escribió libros de poesía, doce en total. De su libro Averno (2006) la Academia Sueca dijo: “una colección magistral, una interpretación visionaria del mito del descenso de Perséfone al infierno en el cautiverio de Hades, el dios de la muerte”. El Nobel se entrega a través de una votación entre distintos académicos, periodistas y otros escritores premiados en años anteriores. En esa votación, quedan cinco finalistas. A partir de ahí se realizan informes de por qué la candidata o el candidato debe ganar el premio, qué méritos hizo, qué inclinación política tiene, cuánto aportó con su literatura a la cultura de su sociedad. Un trámite burocrático creado por un gran algoritmo oficial.

Anduve leyendo algunos poemas, los que andan desperdigados por la red, porque sus libros traducidos por la editorial Pre-Textos de España, para nosotros, pobres latinoamericanos que apenas llegamos a fin de mes, esas ediciones nos resultan inaccesibles. Qué cosa toda esa cuestión de los derechos de publicación. En algún momento del desarrollo del sistema capitalista, la literatura se convirtió en un negocio, y para poder leer libros tenemos que comprarlos; para conseguir a un autor tenemos que pensar primero en qué editorial publica; las editoriales son empresas cuyos recursos son la materia que los humanos producen como escritura, la escritura es una materia prima, la materia prima se transforma en una marca, la marca se transforma en un objeto de valor en el mercado, y todo así, en cadena.

Los poemas de Louise Glück están buenos. No son mejores ni peores que los de otra poeta norteamericana que me gusta mucho, Sharon Olds. ¿Qué habrá sentido Sharon Olds al saber que lo ganó una colega suya de generación tan próxima? Las chances de Olds casi que se reducen a cero ahora. La Academia se caracteriza por la diversidad. El año que viene lo ganará algún poeta de otro continente, de algún país oprimido, con una tradición distinta, en otra lengua. Desde que se lo dieron a la polaca Wislawa Szymborska en 1996 que un poeta no ganaba el Nobel. Sharon Olds se despide del Nobel, quizá para siempre. Acá va una muestra de algunos poemas suyos extraídos de www.zaidenwerg.com, que pertenece a un poeta argentino, Ezequiel Zaidengwerg, que se dedica a traducir y divulgar autores en lengua inglesa:

TEORÍA DE LA MEMORIA

Hace mucho, mucho tiempo, antes de convertirme en una artista afligida, atormentada por el deseo pero incapaz de establecer vínculos duraderos, era la gloriosa soberana que unificaba al fin un país dividido: eso me dijo la adivina que me leyó la palma de la mano. Te esperan grandes cosas por delante, o tal vez por detrás: es difícil decirlo a ciencia cierta. Y sin embargo, agregó, ¿cuál es la diferencia? Ahora sos una nena de la mano de una adivina. Todo lo demás son hipótesis y sueños.

*

EL HAYA DE COBRE

¿Por qué se enoja la tierra con el cielo?

Si hay una pregunta, ¿hay siempre una respuesta?

En la calle Dana, un haya de cobre.

Inmensa, como el árbol de mi infancia, pero con

una violencia que entonces no estaba preparada para ver.

De chica, yo era un dedo acusador,

después una explosión de oscuridad;

mi mamá no tenía lo que hacer conmigo.

Qué interesante, ¿no?

Que lo dijera así.

El haya de cobre encabritada como un animal.

Frustración, rabia, la tremenda herida en el orgullo

del amor despreciado: me acuerdo

de ese erguirse de la tierra al cielo. Me acuerdo

de que tenía dos padres:

una severa e invisible el otro. Pobre

padre en las nubes, que trabajaba

sólo el oro y la plata.

*

EL ÁRBOL DEL MEMBRILLO

El tiempo era, al final, nuestro único tema.

Por suerte, vivíamos en un mundo con estaciones:

sentíamos que teníamos acceso a cierta variedad:

oscuridad, euforia, varios tipos de espera.

Supongo que, en rigor de verdad, nuestros intercambios

no se podían llamar conversaciones, porque se imponía

el acuerdo, la repetición.

Y aún así, sería un error pensar que no teníamos

idea de lo que le pasaba al otro y que no respondíamos

en profundidad al mundo, como sería un error pensar

que vivíamos vidas limitadas o vacías.

Teníamos gran riqueza.

Teníamos, de hecho, todo lo que veíamos

y si bien es verdad que no veíamos

ni demasiado lejos ni con mucho detalle,

lo que podíamos discernir lo absorbíamos

con un hambre que apenas se imaginan los jóvenes,

como si toda la experiencia se hubiese canalizado

en estas pocas percepciones.

Canalizado sin dejar recuerdo.

Porque para nosotros, el pasado era un referente perdido,

una imagen perdida, un relato perdido. ¿Qué contenía?

¿Había amor ahí? ¿Alguna vez

habrá habido un esfuerzo sostenido? ¿Y fama?

¿Habrá habido algo así alguna vez?

Al final, no hizo falta preguntar. Porque sentíamos

el pasado; estaba, de algún modo,

en esas cosas, el jardín de adelante y el de atrás

las impregnaba, dándole al arbolito de membrillo

un peso y un sentido casi insoportables.

Perdida por completo y a la vez extrañamente viva,

la totalidad de nuestra existencia humana:

Sería un error pensar

que porque nunca salíamos del jardín

lo que sentíamos era reducido o parcial.

En su grandeza y su esplendor, el mundo

estaba al fin presente.

Y de eso conversábamos o hacíamos alusión

cuando se nos daba por hablar.

El tiempo. El árbol de membrillo.

Y vos, en tu inocencia, ¿qué sabés de este mundo?

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