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lunes, mayo 6, 2024

El monólogo interior de Mario Levrero

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Derian Passaglia escribe sobre el escritor uruguayo Mario Levrero, enfocándose en su libro El discurso vacío (1996), un verdadero ejercicio de autoconocimiento, de conversación profunda consigo mismo.

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Por: Derian Passaglia

El discurso vacío (1996)

Levrero es uno de los mejores escritores latinoamericanos de los últimos tiempos. Toca algo muy profundamente mío. Sepan comprender si al hablar de él hablo también de mí mismo: no se trata solo de él, sino de una persona leyéndolo a él. Que me atraviese de alguna forma su literatura tiene que ver, yo creo, que asemejo ciertas características de su estética y su forma de proceder, de ver el mundo, de sentirlo y experimentarlo, a las mías: escribe como si conversara consigo mismo. En esa conversación, él va conociendo rasgos suyos, aprendiendo elementos de su forma de ser y de su existencia, cosas que antes no había pensado, que solo pueden irrumpir mediante la escritura. Por ejemplo, su extraña relación con un perro; por ejemplo, la relación con su mujer Alicia (¿concubina?), con la que intenta comunicarse a pesar de los reiterados fracasos.

Uno podría pensar en sus problemas (otra vez ya abro una oración con ese impersonal “uno” de futbolista y encima comentándome a mí mismo jaja), como solemos hacer siempre los que tenemos que pagar a principio de mes el alquiler, las deudas; y en ese pensar uno podría encontrar (casi tres verbos juntos, pidan un deseo) cierta claridad para las cosas prácticas de la vida; pero también podría desarrollar ese pensamiento mediante una reflexión literaria y extender los límites de lo que antes no era considerado literario y crear así una literatura nueva: Levrero no desarrolla en El discurso vacío un “monólogo interior”, aunque este tenga características similares; hace algo parecido, corrido, fuera de foco.

Es un monólogo de autoconocimiento, verdadero, que va al punto, que habla con la verdad (todo confirmado, todo cierto, diría la señora bisman), que tiene como cuestión central desentrañar los misterios de un solo y único personaje, de un narrador obsesionado consigo mismo. Si llegara a conocer tan profundamente su alma humana, alcanzaría de ese modo una proyección universal de las cuestiones esenciales de la vida. O algo así. De hecho, de otra manera pero siempre alrededor del mismo punto, es lo mismo que me gusta de Aira: un monólogo interior autoconsciente, con la diferencia de que Aira no se busca a sí mismo, busca perderse y perder con él a los lectores. En realidad, hablamos con nosotros mismos como los locos, los que nos quieran acompañar en esta locura bienvenidos sean, ¡hay lugar para todos! Por eso lo hacemos con sinceridad, no nos importa lo que digan, o lo matizamos con el humor, para que nos sea leve el sufrimiento de lo que digan y boludear así al resto si no nos sigue.

Me gustaría transcribirles gran parte del libro (me pasa siempre que si algo me gusta mi forma de darlo a conocer es mediante una transcripción, no una recomendación, eso es para los giles: recomendar es como mediar, y yo no soy un mediador, me gusta mantener la singularidad de cada cosa, aunque para eso necesite en definitiva mediar de alguna manera). Pero no puedo. Así que en este caso va a tener que ser (va a tener que ser, como estamos con esos verbos, papito) un pequeño extracto de una entrada que, como siempre y como suelo leer yo, que me viene en parte dada por mi formación académica, y otro poco por mis propias motivaciones e intereses, revela en cierto sentido el mecanismo de escritura de El discurso vacío:

«Yo ya había advertido hace algunos años que este tipo de escritura tiene unos efectos mágicos incontrolables, y no puedo evitar un fuerte sentimiento supersticioso de reverencia y temor, como si le estuviera robando el fuego a los dioses. Hay otras formas de escritura, llamémosle literarias, que nunca tuvieron tanta carga ‘mágica’. Era la escritura inspirada, la que hacía compulsivamente [same, amigo], la que venía predeterminada desde lo más profundo. En cambio cuando trato de tocar lo que llaman realidad, cuando mi escritura se vuelve actual y biográfica, resulta inevitable poner inconscientemente en juego esos misteriosos y muy ocultos mecanismos, los que al parecer comienzan a interactuar secretamente y a producir algunos efectos perceptibles».

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