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martes, mayo 7, 2024

EL hombre que detenía los momentos, Sá-Carneiro

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Paranaländer escribe hoy sobre el escritor portugués Mário de Sá-Carneiro,  uno de los integrantes más importantes de la llamada Generación de Orpheu.

Las páginas de la vida no son más que páginas

 que se han rasgado después de leerlas

Sá-Carneiro

Por: Paranaländer

Vivió en Paris desde 1912 hasta su suicidio el 16 de abril de 1916. Es uno de los poeta-paranoicos del artículo de Júlio Dantas, «Poetas-paranóicos», salido el 19 de abril de 1915, en el cual este los minimiza y etiqueta de «locos de Orpheu». Esta mítica revista (sus dos únicos números se editaron en marzo y julio de 1915) hoy es considerada una de las más importantes de la poesía portuguesa moderna.

Además de Mário de Sá-Carneiro (1890-1916), escribieron allí Almada Negreiros (1893-1979), autor de un “Manifiesto anti-Dantas” y el universal Fernando Pessoa (1888-1935). De ese año de gracia de 1915, y penúltimo de la vida del poeta, también es la colección de relatos titulada «El cielo en llamas” (versión española, Gadir, 2007), donde se encuentra este texto genial que quiero comentarles: «El hombre que detenía los momentos» (fechado así: Lisboa, julio de 1913).

Lo primero con este relato es que no bien lo leí en el índice del libro, me salta a la memoria «El hombre que atravesaba las paredes» de Marcel Aymé. Títulos de este tenor no dejan insensible nadie.

El relato tiene una dedicatoria para Guilherme de SantaRita (1889-1918), pintor futurista portugués a quien había conocido en París.

Narrado en primera persona recuerda al «Monsieur Teste» (Valéry), a «Funes el memorioso» (Borges), es decir, textos que presentan un yo que va descubriéndonos su particular mundo mental, pero todo esto de los relatos más o menos platónicos filtrados por el cedazo de hierro candente de Sade y sobre todo de Bataille.

En este caso, el platonismo del narrador nos descubre su método para crear una especie de museo del tiempo, es decir, una técnica con que pueda volver a hojear las páginas de la vida, petrificándolas, no resucitándolas, como lo aclara en este fragmento:

«Yo, si perdí las almas, tengo los cuerpos para recordar intensamente. Embalsamé el instante. Eso es todo. No resucito. Petrifico».

Claro, como en la reciente película «La casa de Jack» (2018) de Lars von Trier, toda esta extravagancia ideológica, platónica, que tendrá su salto final al gore, al crimen, puede muy bien funcionar también como narrativa-ensayo metalingüístico, esta nueva metodología puede aplicársele sin problema al arte en general, y sobre todo a la escritura, arte de póras petrificadas par excellence.

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