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viernes, abril 19, 2024

Relatos completos de Kafka – Cuarta parte

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«… para que una literatura sea perecedera, tenía que restringir el sentido de sus lecturas, imponer la forma en que quería ser leído», afirma Derian Passaglia sobre Kafka, en esta cuarta entrega sobre sus relatos completos.

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Por: Derian Passaglia

Después Kafka publicó Un médico de campo (1919), que tiene varios de sus mejores relatos, varios de sus hits, como “Ante la ley” o “Las preocupaciones de un padre de familia”. Los mejores lectores de Kafka en la segunda mitad del siglo XX y principios de este, como le leí a un crítico, vulgarizaron a Kafka, le drenaron el simbolismo y la fábula, lo leyeron literalmente. Levrero es uno de sus mejores lectores, Kachadjian también. En sus novelas se suceden peripecias surrealistas sin motivo y sin fin ni solución de continuidad. Los personajes viven en un mundo donde pasan cosas locas todo el tiempo.

En la carrera de Letras se le suele aplicar el concepto freudiano de lo siniestro a la literatura de Kafka: en sus cuentos, lo familiar se vuelve extraño. Pero me parece que lo siniestro es más bien que las cosas pasen. Así sin más. Tipo ¿por qué un campesino quiere entrar en la ley? ¿Qué lo motiva? ¿Qué lo lleva a ese lugar, qué lo conduce, qué deseo oscuro y oculto que el relato nunca muestra? Esto es lo que pasa: un campesino llega a las puertas de la ley y hay un guardián que le impide el paso. El guardián no lo deja pasar, y el hombre se queda muchos años ante las puertas de la ley, y el campesino se va volviendo más y más viejo, el guardián no cede. Al final, el hombre le pregunta cómo es que nadie más le pidió al guardián que lo deje pasar a la ley, y el guardián le responde que no iba a dejar pasar a nadie, porque esa entrada estaba destinada solamente a él. Acá es medio inverosímil el relato, pero justamente en esta inverosimilitud se juega su eficacia. El campesino estuvo tantos años y años ante las puertas de la ley, esperando pasar, buscando que el guardián se apiade, pero eso nunca pasó. En el medio no sé sabe de qué se alimentó en esos años, ¿pidió deliverys? ¿La hija le llevó tuppers con comida recalentada? ¿Arrancó raíces y hongos de plantas y tiró con eso décadas enteras? El campesino es un personaje que no come, que no tiene deseos de comer, que no tiene deseos de amar, que no se sabe si tiene familia, de dónde viene, por qué está tan obsesionado con penetrar las puertas de la ley. Su deseo es uno solo. Al guardián, como un patovica de boliche de la costanera, solo le falta pedirle los documentos y decirle que no puede pasar en bermudas y ojotas (aunque el campesino no se sabe cómo está vestido), pero como es un campesino, la imagen que se forma en la cabeza del personaje es clara. Con tres o cuatro palabras, Kafka crea el universo: campesino, guardián, ley, puertas. El mundo se revela únicamente en estas palabras. Me imagino las puertas de la ley como los escenarios del Mortal Kombat 2.

El último libro de cuentos publicado en vida por Kafka es Un artista del hambre (1924), que contiene “Josefina, la cantante, o el pueblo de los ratones”. Kafka, como Borges, como Aira, sabía que para que una literatura sea perecedera, tenía que restringir el sentido de sus lecturas, imponer la forma en que quería ser leído. Josefina, la cantante, también lo sabía, por eso el narrador dice de ella que no solamente quiere ser admirada, sino que quiere serlo exactamente de la manera determinada por ella. El problema es que no se sabe qué canta Josefina, no se sabe si es un canto o un chillido. ¿Es realmente un canto, se pregunta el narrador, no será quizá solamente un chillido? El pueblo no la entiende, y ella sueña con un reconocimiento de su arte que no deje lugar a dudas, que sobreviva al tiempo, que sobrepase lo hasta ahora conocido. Esta indeterminación vuelve el canto de Josefina fascinante, y el narrador se pregunta si no será más bien que el pueblo, en su sabiduría, aprecia el canto de Josefina justamente porque su sentido no se puede determinar. Quizá este cuento trate de los significados, de los sentidos que hay en una obra y que escapan al autor mismo, y atraviesa el tiempo y los siglos y llega a las conciencias futuras que leen y escuchan de otra manera, en otro sentido, como si lo único que pudiera sobrevivir de un arte fuera un nombre y una determinada forma que se asocia a él. Los sentidos cambian porque la historia cambia.

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