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martes, abril 23, 2024

El estómago de la tierra: Leonora Carrington (1917– 2011)

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Paranaländer presenta varias versiones de un mismo episodio en la vida de la artista de origen británico Leonora Carrington, incluyendo el de su autobiografía y los relatos de de Luis Buñuel y Elena Poniatowska, entre otros.

Por: Paranaländer

Hay un episodio muy fuerte narrado por la propia escritora Leonora Carrington en su relato autobiográfico Memorias de abajo (1995, en español, En bas, 1945, en francés, Down Below, 1944, en inglés), vuelto a mencionar por una biografía novelada y una reciente biografía de la autora inglesa. También citamos una anécdota del cineasta Buñuel narrada en sus memorias, pues menciona el sanatorio de Santander, sede y motivo de las memorias de Leonora Carrington.

“Leonora se encontraba ya en plena enfermedad mental y no está claro cuánto de lo que relata en Memorias de abajo es cierto y cuánto es el resultado de su desequilibrio. En su relato dice que trató de desprenderse de sus pertenencias y le ofreció el contenido de su bolso a un grupo de soldados. Pero Van Ghent desapareció y escribe que los hombres la empujaron al interior de un coche, la llevaron a una casa que recuerda con balcones de hierro forjado y la violaron. En Memorias de abajo cuenta que se resistió con uñas y dientes y que después la dejaron cerca del parque de El Retiro, donde estuvo vagando con las ropas desgarradas hasta que la encontró un agente de policía y la llevó a un hotel. Telefoneó a Van Ghent, pero éste, en lugar de mostrarse comprensivo o solícito, la insultó. Parece que aquello fue la gota que colmó el vaso. ‘Pasé el resto de la noche dándome baños fríos y probándome un camisón detrás de otro. Uno de seda verde pálido, otro rosa’” (The Surreal Life of Leonora Carrington, Joanna Moorhead, 2017).

“En Nueva York, encontré a Saint-Exupéry, a quien ya conocía y que nos asombraba con sus trucos de ilusionismo. Veía también a Claude Lévi- Strauss, que participaba a veces en nuestras encuestas surrealistas, y a Leonora Carrington, recién salida de una casa de salud de Santander, en España, donde la había encerrado su familia inglesa. Leonora, separada de Max Ernst, compartía, al parecer, la vida de un escritor mexicano, Renato Leduc. Un día, al llegar a la casa en que nos reuníamos, perteneciente a un tal Mr. Reiss, entró en el cuarto de baño y se duchó completamente vestida. Después de lo cual, chorreando, vino a sentarse en una butaca del salón y me miró fijamente. Instantes después, me cogió del brazo y me dijo, en español: —Es usted guapo, me recuerda a mi guardián” (Mi último suspiro, Buñuel)

Poniatowska no considera la violación grupal, salta por ese episodio tan traumático, habla de intento a lo sumo, quizá guareciéndose en la suposición de que solo haya sido un reflejo ficticio o alucinatorio durante un brote psicótico y recordado así en su reclusión en el sanatorio del doctor Morales en Santander. “Leonora se levanta y va de mesa en mesa para dar la buena nueva, y señala al salvador de España, al de Francia, al de Inglaterra. Los parroquianos miran hacia donde señala pero él se ha esfumado.

—Tu mesías es un fantasma —ríen.

Tres oficiales la toman del brazo, la meten a un coche y la conducen a una casa con balcones de hierro forjado. La meten a una habitación forrada de satín rojo con tapices, molduras y puertas doradas, colgaduras y tibores chinos.

La arrojan a una cama, le arrancan el vestido, lo desgarran, e intentan violarla.

Leonora opone tal resistencia que finalmente desisten. Mientras se recompone frente al espejo, uno de ellos le vacía una botella de agua de colonia en la cabeza. Otro hurga en su bolsa. La abandonan en el parque del Retiro y camina en círculos hasta que un policía la ve deshecha y le pregunta si está perdida: —Vivo en el Hotel Roma” (Leonora, Elena Poniatowska, 2011).

“Mi estómago era el lugar donde se asentaba la sociedad, pero también el punto por onde me unía con todos los elementos de la tierra. Era el espejo de la tierra, cuyo reflejo es tan real como la persona reflejada (…) Para Catherine, los alemanes significaban la violación, A mí eso no me asustaba; no le daba la menor importancia (…) Molesta, me levanté y entré en el café con la firme intención de repartir cuanto llevaba en el bolso entre los oficiales que allí había. Ninguno quiso aceptar nada. Creo que toda esta escena ocurrió en muy breve espacio de tiempo; sin embargo, de repente, me encontré sola con grupo de oficiales requetés (carlistas que apoyaron a Franco. Van Ghent había desaparecido. Se levantaron algunos de aquellos hombres y me metieron a empujones en un coche. Más tarde estaba ante una casa de balcones adornados con barandillas de hierro forjado, al estilo español. Me levantaron a una habitación decorada con elementos chinos, me arrojaron sobre una cama, y después de arrancarme las ropas me violaron el uno después del otro” (Memorias de abajo, Leonora Carrington,1944).

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