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sábado, mayo 4, 2024

Lugones, de César Aira

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«Para escribir Lugones, Aira usó filtros de Instagram cuando todavía no existían.», afirma de Derian Passaglia sobre el reciente libro publicado del escritor argentino César Aira por la editorial Blatt&Ríos-

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por: Derian Passaglia

La influencia de César Aira en la literatura argentina es la más grande después de la Borges. Aira es el mejor escritor de finales de siglo XX y principios de este. Ahora acaba de publicar una novela que rescató de un cajón, escrita en 1990, pero cuyos hechos transcurren en 1938, en el último día de vida de Lugones. En su ensayo Las tres fechas (2001), Aira habla de que los cuentos o novelas de Denton Welch hacen pensar en tres fechas: la de escritura, la de publicación y la de los sucesos que cuenta. Esta misma formulación se puede aplicar a Lugones, que publicó la editorial Blatt&Ríos en una linda colección que ya es parte de una Biblioteca, la Biblioteca César Aira: las fechas anulan el tiempo a partir de la reconstrucción del pasado que se hace presente. Las tres fechas que podemos pensar en Lugones son 1938, 1990 y 2020. En ese marco temporal, entonces, Lugones pasa en tres momentos, que se superponen y se mezclan en la maestría de la reconstrucción de los hechos, y para esto no hay que tener en cuenta solamente en cómo el narrador persigue a Lugones en su último día de vida, sino también en ese lapso de tiempo que la novela esperó hasta ser publicada y en el momento mismo en que se publica. En el ensayo sobre Denton Welch, Aira lo dice así: “El virtuosismo inocente de Denton Wlch se luce en la reconstrucción, a veinte años de distancia, no de un salón o una lapicera, sino en la de lo que sucedió una tarde, con cada uno de los desplazamientos y los estados de ánimo que los acompañaron o provocaron, y las palabras pronunciadas, los gestos, las miradas”. Parece que estuviera escribiendo de su propio Lugones.

La anulación del tiempo, sigue Aira en ese ensayo, equivale a la invención sobre la marcha de las percepciones. Escribir lo que pasa en el momento, escribir el presente, mostrar 1938 como si fuera 1990 o 2020, a eso se refiere Aira con la anulación del tiempo. Las fechas no importan porque lo que importa es que pasa en el presente. Esto no es fácil de hacer, y es una reflexión sobre el mecanismo de la literatura airana, porque cualquiera que quisiera agarrar una figura histórica y ponerla en una novela podría entregar bodrios infumables, reconstrucciones documentadas, fiel visión de la realidad que se propone retratar el pasado y no inventarlo desde el presente. Esta anulación del tiempo le permite a Aira sacar a contexto de Lugones y ponerlo en una temporalidad que no es 1938 ni 1990 ni 2020 y es las tres al mismo tiempo.

Lo que más me interesa de esta novela no es la marca airana (spoiler: un yacaré narrador al que Lugones le enseña a escribir, como si fuera también el único discípulo que pudiera tener el gran poeta) sino la figura de escritor que Aira construye de Lugones. Si bien las percepciones de lo que pasó esa tarde en el Delta construyen el espacio de una manera muy realista, Lugones es una figura sin dimensión ni volumen, literalmente “parecía una figura recortada de un diario y aplicada a una gran transparencia de frondas, agua y aire”. El poeta Lugones no es de carne y hueso, no es una representación, no es un holograma o un personaje, sino apenas una figurita que yo me la imagino en blanco y negro, como son las imágenes en los diarios, puesto a funcionar en un escenario reconocible para el lector que se presenta en toda su realidad, en las percepciones. Aira yuxtapone este blanco y negro de Lugones a los colores del Delta de Tigre como si usara técnicas vanguardistas provenientes del mundo del arte como el collage.

Lugones, es cierto, está caricaturizado, pero esa caricatura se muestra como caricatura. La anulación del tiempo le permite a Aira superponer imágenes, que me hacen acordar a los filtros de Instagram. ¿No superponemos orejas y lenguas de perros, corazones y brillitos, orejas y narices de conejos a nuestra cara? Para escribir Lugones, Aira usó filtros de Instagram cuando todavía no existían. El yacaré y no Lugones es así el mejor personaje de la novela, personaje típicamente airano, aunque los dos lo son: un animal que habla y un prócer histórico de las letras nacionales. Pero el yacaré reflexiona, piensa, quiere aprender a escribir, baja por una escalera deslizándose, habla finito como un “señor en miniatura” y no puedo parar de imaginármelo como Nelson o el enano de “Sí señoda” que anduvieron siempre en el living de Susana. El yacaré es también Aira en su máxima expresión, es de esos personajes que se espera una lógica y reproducen otra, los más divertidos, los que escapan de la normalidad y la linealidad. Por otro lado, ridiculizar a Lugones en 1990, en 2020 o 1938 parece ridículo, quizá un vicio que Aira trae de Borges, y que le sirve para volver a Lugones un personaje pop.

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