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jueves, mayo 2, 2024

Mi escena favorita de la historia del cine

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Béla Tarr filma esperanzas, aunque se apaguen de los ojos de sus idiotas santos. El cine ontológico es una de esas luces que se niegan a morir en los ojos de sus deslumbrados corifantes, nosotros, yo, sus espectadores transformados en chisporroteo de vida.

 

Por: Paranalander

 

“el mapa del cielo que tapiza la pared de su vivienda

y que reproduce en forma de danza todas las noches”.

Jacques Rancière

 

La película en blanco y negro inicia con la toma del chisporroteo del fuego de una estufa que queda ahogada y aplastada por el agua de una copa de cerveza. Es el patrón del café anunciando así el cierre del local. Ya son las 10, ¡hora de cierre! Y, sin embargo, uno de los habitués díscolos pide por János Valuska, gran chamán de café, que repita su ritual diario antes del abandono definitivo.

Marcel Mauss insinúa que la poesía, y todas las otras artes como el canto, quizá hayan nacido de la danza, de las coreografías tribales. Despojado de gabán y morral de cartero, y despejado el medio del café en una suerte de espacio sacro, un János hierofántico dirige el rito cosmológico. Narra un milagro cotidiano, la tierra, el sol y la luna, tres borrachos girando entre sí, hundiéndose en la más negra noche para renacer a la luz que el alucinado cartero-chamán refleja -como una estufa chisporroteante de aldea perdida en las sabanas húngaras- en sus cándidos ojos.

El piano del músico Mihály Vig surge en medio de la oscuridad mítica y seguirá a János hasta que terminado el relato sacro se aposente bajo una de las lámparas, de tal modo que ésta parezca una aureola de santo (o una jeguaka ceremonial) sobre tu testa delirante. Apenas 11 minutos de luz que sabemos será vencido por las lóbregas tinieblas en esos círculos nihilistas que habitan las novelas de Krasznahorkai.

Tarr filma esperanzas, aunque se apaguen de los ojos de sus idiotas santos. El cine ontológico es una de esas luces que se niegan a morir en los ojos de sus deslumbrados corifantes, nosotros, yo, sus espectadores transformados en chisporroteo de vida.

“Las armonías Werckmeister” (2001), cine mitológico, basado en la novela “La melancolía de la resistencia” (1989), de ese schopenhaueriano, el novelista magyar László Krasznahorkai. Aquí ver:

 

«El filme por su parte comienza con un accesorio doméstico que cumple un papel central en el universo visual de Béla Tarr -el hogar de una estufa- antes de ampliar el cuadro al siniestro café que esa estufa calienta. Es la única secuencia que el filme dedicará a ese lugar igualmente emblemático de las películas de Tarr. Pero en este caso el lugar no se presta para un baile de payasos borrachos. Se trata de una representación del movimiento de los planetas que organiza con los clientes del bar quien representa el papel del idiota, el cartero János, con los densos cabellos cubriendo toda su frente, sus grandes ojos de iluminado hundidos bajo las arcadas de unas cejas enmarañadas y su mentón prominente».

«De un modo “romántico”, el filme se desarrolla claramente en torno a un solo personaje, el “idiota” János, quien recorre las calles de la pequeña ciudad con su mirada de loco, su gabán y su morral. Y Béla Tarr declara que no pudo hacer la película sino hasta el día en que encontró al actor que podría interpretar a János; un actor que de hecho es un músico de rock y que, como los otros dos protagonistas del filme, tiene la particularidad de no ser húngaro, de haber sido puesto en medio de los actores habituales de Béla Tarr, reducidos en este caso a papeles secundarios». (“Béla Tarr. Después del final”, Jacques Rancière, 2013).

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